A veces siento que en esta vida soy más un espectador que un actor con
un rol definido.
De momentos, me veo en reiteradas ocasiones absorbido por el silencio
ensordecedor de cuadros que retratan de manera tan cruda la miseria humana. Tanto
que me cuesta reconocerme, identificarme.
Y no es que me falte empatía, ni menos que menos. Solo que imaginarme a
mí en tales situaciones me resulta siempre inverosímil y termino aturdido por
el ruido del silencio. Tinnitus.
En ocasiones y de breves momentos me descubro a mí mismo con una lucha
interna por no derramar una lágrima que convierta en más absurda la experiencia.
Es que como lo digo, parezco siempre la figura del espectador, sin líneas,
parlamento, sin señal de entrada en la breve escena que es la vida.
Mi profesión nunca ha sido de ayuda y aunque constantemente me esfuerzo
en hacer notar que esta es solo una parte de mí, en este aspecto, me ha
confrontado en múltiples ocasiones a situaciones como estas y me hace pensar que
en ese sentido soy un poco más de ella, que ella de mí.
“No se ha vivido hasta que no has llorado encerrado en el baño del
hospital” así rezaba la frase que hace pocos días una colega y conocida compartía
en su perfil de red social y yo reaccionaba identificado y a su vez compartía
como propia con mis contactos. Y es que, si le he robado bocanadas de aliento a
la vida, ha sido en estos momentos, o mejor dicho, me los ha robado ella a mí.
Vivir la muerte tan de cerca y a la vez en una posición de “seguridad”
nunca en ningún sentido se hace placentero. Lo digo como opinión personal, pero
me permitiría decir que hablo por todos los que comparten conmigo posición,
zapatos.
La vida es efímera, un parpadeo, lo único verdaderamente paradójico,
cierto e incierto desde el primer aliento, desde el primer suspiro.
Todas estas líneas, como preámbulo para decir lo que hace un par de horas
llevo atravesado en la garganta, robándome el aliento y haciéndome alucinar con
sintomatología de la bendita virosis de momento, de la pandemia.
Y es que hoy ya eran las 19:40 y llegaba a mi trabajo en el servicio de
urgencias y una mujer me preguntaba por su esposo. Yo desconocía de quien se
trataba pero me apresure a enterarme para darle información.
Cuando me acerco a ella y le comento el delicado estado de salud de su
esposo, esta me responde que ya lo sabía, pero lo que quería decirme era que se
había venido a acompañar a su espeso desconociendo que no podría ingresar a
hacerle compañía por políticas de la clínica debido a la pandemia y que vivía en
un municipio cercano, pero por la hora y debido al toque de queda le era
imposible regresar a su casa.
Realmente quise saber que poder hacer, pero no fue así. Y quizá está viéndome
desde un principio, pudo intuir que en mi estaba esta voluntad aunque no percibió
que sería frustrada.
Habría deseado saber qué hacer, darle una palabra de tranquilidad y
alivio para esta situación, pero no fue así.
Esta solo atinó a decir por ultimo. Al menos hágale llegar estas cosas
que le he traído.
Y saca de una pequeña maleta una bolsa y empieza a separar prendas de
hombre y de mujer.
Ella guardaba las de mujer en la bolsa, mientras decía que las había empacado
pensando que se podría quedar. Y mientras empacaba las de hombre en la maleta,
entre esos un una pantaloneta y decía, espero que aún le quede, hace mucho no
se la pone.
Quizá sea un impedido emocional, de voluntad.
La vida también es, por momentos, el dolor y la angustia reflejada en lágrimas
que corren por si solas por las mejillas equivocadas. Y es que como se puede
llorar por algo o alguien si se es solo un simple espectador.
Para mí la vida son las lágrimas, del día a día y por momentos, esa taquicardia permanente que me recuerda que vivo fuera del tiempo, de sincronía y vibraciones de este mundo en el que voy convulsionado y acelerado por sus realidades y del que estoy convencido partiré a mi tiempo, aunque más pronto que a tiempo.
