martes, 6 de enero de 2015

Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal... Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más.

Dar de si hasta que te duela, y cuando te duela da mas.
Más o menos así van las frases de una, no sé cómo llamar, “celebre beata”. Dar de nosotros mismo hasta el dolor extremo, y cuando nos duela, es señal de que estamos dándonos bien, y es entonces, ese, el momento, de darnos más.
No sé por qué siempre interprete esas palabras como la premisa de amor más explícita y pura, como el extracto, la esencia misma del amor. Realmente nunca me detuve a hacer un análisis de por que lo creía así. Lo más seguro es que haya pensado que al tratarse de una monja, solo podía hacer referencia al amor.
Pero que es el amor en sí. Me cuestión al no tener una respuesta lo suficientemente convincente para mí. Que conozco de amor, alguna vez he amado, alguna vez me han amado. La única respuesta que aflora ante todos estos cuestionamientos es, no lo se!.
Leí todos tus libros favoritos, esperando a que tú leyeras los míos. Que tanto de amor puede haber en una acción, que ante los ojos de cualquiera puede ser vista como irrelevante, pero que ante la persona indicada, puede ser la diferencia entre todo y nada.
Eso es amor, la acción justa en el momento indicado. Es como un vals, un compás de ires y venires, de acciones que en reciprocidad orquestan un ritmo, un bello espectáculo para el más selecto de los públicos, la pareja que se ama. No lo sé, la verdad, son solo conjeturas.
Que hay entonces de ese que entrega todo de sí y que aguarda de vuelta por las mismas acciones de manifiesto cariño, que como ante un espejo,  espera se remeden a la perfección sus movimientos, sus pasos. Es eso el amor. Un perfecto reflejo de lo que queremos recibir de los otros, pero de parte  nuestra. Mientras más nos entreguemos, más recibiremos, más grande se hará el amor, más idealizado y cercano a la perfección. Y en sí, es esa la receta. Aunque debo admitir, que a ciencia cierta no lo sé, también debo decir que me suena egoísta y pretencioso. Acaso, que hay de amor en lo que se ve como un arreglo de mutua conveniencia, de dar esperando recibir.  Que hay entonces del amor no correspondido, aso ese no es amor verdadero. Diste y no recibiste.
Dar de sí hasta que nos duela, y cuando nos duela es señal de que nos debemos seguir dando
Cuando amamos, estamos actuando o sintiendo. Si son solo acciones, qué sentido tienen estas, y que hay de aquellas que no reflejan ningún tipo de interés, son esas también amor. Si el amor es sentimientos, que creo que así lo es, entonces que tanto podemos amar, que tanto y hasta donde podemos entregarnos, y a quien o a que, cual es el límite. Quizá, pretender encajar el amor en rótulos sea algo forzado y arbitrario. Puede ser que el amor sea una mezcla de acciones y sentimientos o, por que no, un conjunto de todo. Una vez escuche que “El arte es todo aquello que sea hace con amor, que si amamos lo que hacemos, estamos haciendo arte” y quizá sea esta la premisa más cierta, el postulado mismo del amor, y haya que dejar de pensar simplemente en amor, y empezar a pensar en el arte de amar. Quizá si amamos todo lo que hacemos, estamos entregando una parte sincera y desinteresada de nosotros mismo. Qué actuación más pura sino esta que de verdad se siente.

Parece tonto y estúpido creer que el amor es la entrega absoluta y ciega de nosotros mismos. Que cuando amamos de verdad y somos capaces de reconocerlo, es  entonces cuando verdaderamente estamos preparados para entregarnos. Que al recordar, que es totalmente cierto eso de que “para poder amar, primero hay que amarnos a nosotros mismo” para que  así, lo que entreguemos sea  amor. Que aunque egoísta, es una acción de total entrega, en la que no se está esperando, ni siquiera buscando recibir algo a cambio. Que así debe ser la manifestación pura del amor en nosotros,  ese que se complace solo en entregarse. Que no es tonto  consumirnos en él, que el hecho de no esperar remuneración no es una acción desmedía, que por el contrario, se vuelve egoísta, pero con aquel que no tiene nada que entregar, que solo puede recibir. Y es que así es el amor. Que cuando entendemos que el acto primero, inicia en nosotros y que la felicidad se produce al ahogarse en lo que se ama, y que en absoluto es esa la verdadera experiencia de amar. Que ese egoísmo consiente, al que solo le importa entregarse, es la meta máxima del amor. Quizá nos duela, nadie ha dicho que será o no así, pero hay que recordar “El amor tiene aristas, y que son sus heridas las que nos mantienen vivos”, que hay quienes no están ni preparados para recibir, y que ante dicha incapacidad, se abruman ante lo recibido, lo regalado.

Como consuelo para esto últimos nos queda, que el hecho de amar con dolor, puede que no sea más que el reflejo camuflado de la arraigada cultura judeo-cristiana en la que hemos crecido  y que no son más que las palabras de una mujer anciana y religiosa, que busca darle validez a un amor que nos cuesta entender, a ese que se nos entregó sin razón,  aun doliendo, sin la certeza de que sería reconocido, sin la intención de recibir nada a cambio, de ese que viniendo de un ser supremo, se entregó como muestra pura y ejemplo de amor de verdad.

Consuelos, solo consuelos.