León Tolstoi
escribió en su celebre obra Ana Karenina que “Todas las familias dichosas
se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera” y me resulta inevitable
pensar en esta frase desde aquella vez, que ya hace algún tiempo leí por primera vez. Es que a diario veo las diferencias que hay entre mi familia y las demás,
entre las demás y sí mismas. Y no puedo evitar pensar en si acaso todas aquellas
familias son infelices, si acaso la mía misma lo es. Habrá sido Tolstoi algo ligero
al lanzar tamaña aseveración que me ha generado tanto desconcierto mental. Por demás,
estoy seguro de que así lo también lo fue en la menta de aquellos que
pretendieron por un momento postularse como el más puro modelillo de familia feliz
y correcta. Y es que acaso lo “feliz” o lo “correcto”, lo bueno, todos esos adjetivos
que en cualquier oración adjudicarían una connotación deseable inmediatamente,
pero con un inicio y un fin demarcado por más indiscriminado que sea el uso que
se pretenda hacer del infinitivo. Pero que cuando van directamente ligadas a lo
personal, ya sea del singular o del plural, cualquier esfuerzo que se haga por
perpetuar dicho recurso gramatical, del adjetivo digo, para quien me sigue, en
todo caso se vería insuficiente. Y es que, en lo personal, en lo íntimo, en lo
propio, la felicidad pretende estar ligada a lo constante, pero en la realidad
no es nada ajustado a tamaña pretensión.
Y es que lo
“constante”, desde la misma definición gramatical, estructural y hasta etimológico
supone un desafío mayúsculo para la pretensión mal ligada a la felicidad. Porque
algo que por definición sea “ininterrumpido y que persiste en el estado en que
se encuentra, sin variar su intensidad” no puede propiamente equipararse, o ligarse
a lo que por definición se conoce como felicidad.
El ánimo,
por el contrario, como todo lo que supone un estudio antropológico ha intentado
ser definido infinidad de veces, llegando luego de mucho a la conclusión de que
la mejor manera de representación de este sería una línea, corriente, con múltiples
ondas y variaciones, fluctuaciones que en sus puntos mas altos supondrían momentos
de euforia en lo que al animo respecta, y en los más bajos correspondería a los
momentos descontento, tristeza. Y si, son sinónimos y antónimos del porque
inicial de todo esto y sí, es así como se explica en teoría a la felicidad. Como
los puntos más altos de las ondulaciones fluctuantes del ánimo. Esto, sin
pretender ignorar que, toda cuesta arriba supone un esfuerzo, y que en cuanto más
empinada sea la pendiente en la subida, podrá serlo en forma proporcional en la
bajada.
Pero bueno,
todo esto dista del inicio, del principio mismo de todo esto, aquella frase de Tolstoi
y su pretensión de desdicha ligada a la singularidad de las familias y a la
felicidad.
Lo cierto,
para mí, es que la individualidad del sujeto, o la pluralidad de los grupos, es
decir un yo o un nosotros, ira siempre ligado a una singularidad por más lapso
o susceptible que se plantee el modelo de observación y serán más obvio en
cuanto este sea más estricto y riguroso.
Entendiendo
esto entonces, me permitiría decir que, podemos ser felices de tantas maneras
como personas se hay en el mundo. Y que lo mismo ocurre con las familias, que
estas pueden ser tan diversas como maneras hay de felicidad, no olvidando a la
felicidad como punto cúspide de una línea ondulante a la que, si bien se puede
subir, también se debe entender que se debe bajar, y que perseguir constantemente
la cima, no nos hace más felices, solo modifica el punto de partida de la línea
base del ánimo.
Pero entonces,
error Tolstoi. O en cuanto a familias se refiere, ese punto cumbre en la fluctuación
de la línea del ánimo se comporta diferente y se vuelve tan constante que
permite ejemplificar a una familia y felicidad como patrón y modelo. Creería que
no, me permitiría aunarme a su expresión y decir que es correcto y que cuando somos
nosotros, como individuos o colectivos, quienes observamos desde el punto más
bajo de la línea del animo, lo vemos todo feliz y perfecto cuesta arriba,
olvidando que en su momento fuimos observados en un punto cumbre y disfrutando
de sus placeres perfectos, envidiables y feliz desde los ojos del otro. Creería
que lo importante es no olvidar observar el horizonte, y tener una línea base sólida
que nos permita disfrutar de los ires y venires sin consumirnos del todo en los
extremos, recordándonos siempre a donde volver.
Mi familia es feliz e infeliz, singular y modelo de momentos, y me permitiría decir que la tuya también lo es y eso está bien.
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